Expresiones del autor¿Y si Mario Vargas Llosa tenía razón? La disidencia como herencia literaria en el Boom latinoamericano
Ilustración literaria de Mario Vargas Llosa como figura central del Boom latinoamericano, rodeado de escritores icónicos en una cena simbólica.

¿Y si Mario Vargas Llosa tenía razón? La disidencia como herencia literaria en el Boom latinoamericano

Autor: ©2025 William Castano-Bedoya

UNA ENTREGA DE LA SERIE “CRÓNICAS DE TRES MILLAS”

La muerte de Mario Vargas Llosa no solo marca el final de una vida consagrada a la literatura, sino también el cierre simbólico de una era: la del Boom latinoamericano, esa explosión creativa que nos dio visibilidad universal y, al mismo tiempo, nos ató a una narrativa romántica que hoy exige ser revisada.
Esta reflexión forma parte de mis Crónicas de tres millas, una serie de pensamientos nacidos al ritmo de mis caminatas diarias. Es en ese andar cotidiano que me visitan figuras como Vargas Llosa, como si caminar me acercara a ellos con más claridad que cualquier biblioteca.

El romanticismo de muchos escritores latinoamericanos alineados en la izquierda durante más de medio siglo, en franco acompañamiento a la Revolución Cubana, derivó en el engendro de una pálida monarquía comunista que poco inspira a la intelectualidad contemporánea. El poder de manipulación que generó ese proceso, desde los años sesenta, causó tanta fascinación ideológica que a muchos se les olvidó ejercer pensamiento propio. Cedieron talento, discurso y silencio a ese David del Caribe que interpelaba —día tras día— al Goliat del norte, hasta que todos languidecieron.

Y mientras los pueblos remaban en las aguas espesas del subdesarrollo, sus escritores, por brillantes que fueran, se convirtieron en propagandistas de la dictadura más longeva del continente. Afortunadamente, la calidad literaria de sus obras sobrevivió. Pero no su inocencia. ¿Qué habría sido de nuestros pueblos si ese potencial intelectual se hubiese invertido en su desarrollo, incluso desde una posición centrista?

No todos se rindieron. Algunos, como Mario Vargas Llosa, eligieron el camino incómodo de la disidencia. Mientras Gabriel García Márquez cultivaba una amistad íntima con Fidel Castro, y Julio Cortázar tejía poemas para la revolución, Vargas Llosa rompía con todo. Denunció, se alejó, confrontó. Su libertad fue su bandera. Por eso su obra crea una impronta única: porque no le rinde cuentas a ningún dogma.

Es imposible no contrastar su disidencia con el silencio de otros. García Márquez sigue siendo leído, inmensamente grande y genial —es uno de mis referentes universales en cuanto a la creatividad literaria y a la genialidad de su discurso—, pero su indiferencia ante los presos de conciencia cubanos ya no pasa inadvertida. Cortázar nos deslumbra, pero su tibieza ante la represión nos inquieta. En cambio, figuras como Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes y el propio Vargas Llosa supieron escribir desde la independencia. Desde la crítica, no desde la consigna.

Yo escribo desde esa misma frontera. No soy militante de ninguna trinchera. Mi mirada es crítica, sí, y a veces corporativa del mundo, pero sin abandonar el sufrimiento ni la fragilidad de la condición humana. Me rebelo —como otros— contra la obligación de estar alineado. Porque el arte que se alinea es propaganda, y la literatura que obedece es liturgia. Como dijo Flaubert: “Escribimos para no mentirnos.” Yo agrego: escribimos para no callar cuando el mundo se llena de discursos tramposos en nombre de los sueños colectivos.

Hoy urge abandonar el rincón estéril de la cosa política alejada del centro del pensamiento, allí donde deberían habitar las clases medias: ese espacio vital que nutre la fuerza moral y económica de los países. Algunas izquierdas latinoamericanas se han convertido en monarquías de corrupción, y algunas derechas han derivado en fascismos democráticos disfrazados de institucionalidad. La corrupción estructural, la violencia cotidiana, la nueva pobreza emocional, la erosión del pensamiento crítico y la banalización de la esperanza no se resuelven desde trincheras ideológicas, sino desde una escritura ética, honesta y consciente.

Los viejos booms respondieron a causas sociales concretas. Pero es hora de abrir espacio a un nuevo Boom: el de los escritores que denuncian los algoritmos que manipulan la vida humana, desde rincones aislados, alimentados por la empatía —o por una antipatía lúcida.

No basta con recordar la literatura del pasado. Hay que escribir la del presente. No como epílogo de revoluciones fallidas, sino como preludio ético de una nueva humanidad.

William es un escritor Colombo estadounidense que cautiva al lector con su habilidad para plasmar las experiencias únicas y las luchas universales de la humanidad. Originario del Eje Cafetero de Colombia, nació en Armenia y pasó su juventud en Bogotá, donde estudió Marketing y Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. En la década de 1980, emigró a Estados Unidos, donde se naturalizó como ciudadano estadounidense y desempeñó roles destacados como líder creativo y de imagen para proyectos de grandes corporaciones. Después de una exitosa carrera en el mundo del marketing, William decidió dedicarse por completo a su verdadera pasión: la literatura. A principios de siglo comenzó a escribir, pero fue en 2018 cuando tomó la decisión de hacer de la escritura su principal ocupación. Actualmente, reside en Coral Gables, Florida, donde encuentra inspiración para sus obras. El estilo de escritura de William se distingue por su profundidad, humanidad y autenticidad. Entre sus obras más destacadas se encuentran ‘Nos Vemos en Estocolmo’, ‘Los Mendigos de la luz de Mercurio: We the Other People’, ‘El Galpón’, ‘Flores para María Sucel’ y ‘Los Monólogos de Ludovico’.

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