Expresiones del autorEl Perfecto Inútil: La Poética Futilidad de Ser Escritor
​El Perfecto Inútil

El Perfecto Inútil: La Poética Futilidad de Ser Escritor

Autor: ©2024 William Castano-Bedoya

CRÓNICAS DE TRES MILLAS: ​El Perfecto Inútil

Escribir es lo más hermoso que me ha pasado en la vida. No es solo una elección: es la esencia misma de quien soy. Y, sin embargo, resulta curioso que esta belleza a menudo venga acompañada de una sensación de vacío, una quietud que sabe a inutilidad, especialmente cuando camino por las calles de Coral Gables. Mis paseos de tres millas son mi refugio, el espacio donde pienso, respiro y lucho con mis pensamientos. Camino solo, pero nunca estoy en soledad. Platón me acompaña a veces; también Esopo. A veces Flaubert murmura en mi oído. Ellos, como yo, conocieron algo de esta delicada locura que es escribir.

Es en esos paseos, cuando las avenidas se alargan y mi sombra se convierte en una testigo silenciosa, donde el peso de mis aspiraciones se instala sobre mí. No es duda lo que me invade, sino la tranquila certeza de mi condición: soy escritor, un soñador, y sí, a veces, un perfecto inútil.

Como dijo Gustave Flaubert: «El arte de escribir es el arte de descubrir lo que crees.» Quizás eso es lo que me mantiene de pie, incluso cuando el mundo parece ciego a lo que creo. Escribir es mi brújula, esa que me guía a través de la neblina de la existencia, que me da firmeza cuando todo lo demás parece incierto. He derramado años de mi vida en seis novelas. Seis mundos enteros que he construido, ladrillo a ladrillo, palabra a palabra. Y aun así, mi mente sigue inquieta. Siete novelas más me habitan, susurrando con fuerza en cada paso que doy. No han nacido todavía, pero viven dentro de mí, persistentes y exigentes.

Y aquí debo confesar algo peligroso de admitir: no escribo para mí mismo. No encuentro consuelo en el mero acto de creación. Aquellos que dicen escribir solo para «sentirse mejor» tienen una paz que yo no conozco. Para mí, escribir es una espada de doble filo. Me hiere y me sana. Mi alma no encuentra alivio en palabras que nadie lee, en frases que nadie escucha. Yo escribo para ser escuchado, para conectar. Vivo para esos momentos en los que alguien—quien sea—reacciona a mi trabajo: con una palabra de elogio, una crítica punzante, un encogimiento de hombros o incluso un desparpajo descalificador. Porque es en esos momentos, cuando el frágil puente entre escritor y lector se construye, que me siento más vivo. En ese instante efímero, no solo escribo: existo como autor.

Fue en uno de esos paseos largos y solitarios donde germinó la semilla de Nos vemos en Estocolmo. Sí, soy su autor. Una historia nacida de sueños y sombras, que habla de seis escritores que se reúnen en el Barrio Francés de Nueva Orleans, aferrándose a sus ambiciones literarias en una casa ruinosamente hermosa llamada La Tertulia. Para ellos, Estocolmo no es solo una ciudad, ni siquiera la promesa lejana del Premio Nobel: es una idea, un símbolo, una utopía. Pero en realidad, su triunfo no está en llegar, sino en el esfuerzo, en la lucha. Ellos escriben, ellos sueñan, ellos viven. Y, ¿acaso no es eso lo más noble de todo?

Mientras reflexiono sobre mi propio camino, no puedo evitar admirar a quienes escriben para niños. Hay magia en su trabajo, una simplicidad que conecta de inmediato con las mentes jóvenes y abre las puertas a la maravilla. Qué curioso que esos libros, tan vivos y coloridos, encuentren su camino a los hogares sin esfuerzo, llevados por las manos entusiastas de los niños y los corazones dispuestos de sus padres. Los aplaudo sinceramente.

Pero para los escritores como yo—los que crean novelas, historias nacidas del pensamiento profundo y de la experiencia personal—el viaje es distinto. Nuestros lectores no son cautivos; son exploradores, aventureros, Quijotes modernos. Son aquellos que buscan, eligen y encuentran significado en las páginas que el mundo a menudo ignora. A esos lectores, les digo: ustedes son el alma de la literatura. Son quienes mantienen viva la llama.

Franz Kafka escribió: «Un escritor que no escribe es un monstruo que corteja la locura.» Y yo sé que es verdad. Escribir no es algo que hago: es lo que soy. Sin ello, temo desvanecerme por completo. Ernest Hemingway lo entendió también: «La verdadera nobleza está en ser superior a tu antiguo yo.» Y entonces escribo, no para vencer a otros, sino para ser mejor que ayer.

Cuando pienso en el título Nos vemos en Estocolmo, sonrío por su ironía. Es a la vez una promesa y una broma silenciosa, un guiño a los sueños que perseguimos aun sabiendo que quizás nunca los alcancemos. Pero tal vez la belleza esté en la búsqueda misma, en la osadía de creer que nuestras palabras importan.

Tal vez todos somos Quijotes a nuestra manera, persiguiendo molinos, persiguiendo sombras, persiguiendo sueños. Pero, ¿qué otra cosa nos queda? ¿Qué otra cosa le da sentido a la vida si no es el acto de crear, de luchar, de esperar?

Escribir es un acto de coraje. También es un acto de esperanza: una rebelión silenciosa contra la insignificancia. Por eso seguiré escribiendo. Seguiré caminando, seguiré soñando y seguiré escribiendo hasta que la naturaleza de mi mente ya no me lo permita.

Porque escribir, en toda su inutilidad, sigue siendo lo más hermoso que me ha pasado. Y si tú, querido lector, tomas Nos vemos en Estocolmo, tal vez comprendas un poco de lo que significa vivir como escritor: luchar con las palabras, pelear con las sombras y emerger, marcado pero vivo.

Porque al final, ¿no es eso lo que significa verdaderamente vivir? 

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William es un escritor Colombo estadounidense que cautiva al lector con su habilidad para plasmar las experiencias únicas y las luchas universales de la humanidad. Originario del Eje Cafetero de Colombia, nació en Armenia y pasó su juventud en Bogotá, donde estudió Marketing y Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. En la década de 1980, emigró a Estados Unidos, donde se naturalizó como ciudadano estadounidense y desempeñó roles destacados como líder creativo y de imagen para proyectos de grandes corporaciones. Después de una exitosa carrera en el mundo del marketing, William decidió dedicarse por completo a su verdadera pasión: la literatura. A principios de siglo comenzó a escribir, pero fue en 2018 cuando tomó la decisión de hacer de la escritura su principal ocupación. Actualmente, reside en Coral Gables, Florida, donde encuentra inspiración para sus obras. El estilo de escritura de William se distingue por su profundidad, humanidad y autenticidad. Entre sus obras más destacadas se encuentran ‘Nos Vemos en Estocolmo’, ‘Los Mendigos de la luz de Mercurio: We the Other People’, ‘El Galpón’, ‘Flores para María Sucel’ y ‘Los Monólogos de Ludovico’.

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