
ORWELL, DANTE Y LOS DIOSES TERRENALES 2025
Autor: ©2024 William Castano-Bedoya
CRÓNICAS DE TRES MILLAS:
“Dios, líbranos de todo mal y peligro.” Esa sencilla plegaria la escuchaba de mi madre cada vez que un trueno sacudía los cielos de mi infancia, y hoy la repito en voz baja mientras camino mis tres millas diarias, intentando aquietar un miedo creciente. No es que descrea de la sociedad en la que habito—que por décadas ha perfeccionado sus instituciones y se ha erigido en ejemplo para el mundo—sino que me inquieta este dios terrenal recién electo, cuyos primeros actos de pre-gobernanza exhiben una soberbia que prefiere dominar antes que servir.
Una noticia por demás absurda, casi utópica en su infamia, secuestró mi imaginación: la intención de reclamar el Canal de Panamá. Ese anuncio se me antoja la consumación de la arrogancia de ciertos dioses terrenales, enceguecidos por el ego y la ambición, olvidando que su mandato no abarca mapas, sino vidas. Parecen ignorar que el verdadero poder no se mide en territorio, sino en justicia, y que la grandeza no se encuentra en el afán de poseer, sino en la capacidad de servir.
En mi ingenuidad política, no deja de sorprenderme cómo la retórica expansionista se hace eco de una estrategia común entre varios de estos dioses que hoy encarnan el poder. Se anuncia un gobierno temerario de cuatro años que infunde pavor a millones de almas. El miedo, repetido con sevicia cada día, oprime a los más vulnerables, convertidos en blancos de amenazas y acusaciones. Precisamente ese miedo—trinchera de tantos dioses terrenales—es el mismo que, en otras latitudes, protege a gobernantes de dudosa legitimidad. Estos días hemos visto cómo el dios terrenal sirio, expulsado de su patria, halla cobijo junto al Oso astuto ruso, demostrando que, como bien decía mi madre con sarcasmo, “Dios los crea y ellos se juntan”.
De la misma manera en que George Orwell retrató en la Rebelión en la Granja a los líderes que se visten de corderos para gobernar como lobos, Dante expuso en La Divina Comedia un retrato del infierno humano, plagado de personajes consumidos por sus propias pasiones y abusos de poder. Si Dante viviera hoy, quizá añadiría un nuevo círculo para quienes gobiernan sin justificación moral, condenando al exilio a los inmigrantes o ensañándose con los más débiles, mientras pregonan su propia grandeza.
Imagino un purgatorio de nuestra era, con el pavor de las familias inmigrantes que, huyendo de la muerte o el hambre, sostienen con su trabajo la prosperidad de estos dioses terrenales. Irónicamente, quienes producen la riqueza son perseguidos con el pretexto de “salvar la nación”. En la realidad de nuestro mundo, el mapa se puebla de dioses terrenales que, entre la sátira política de Orwell y los círculos del Infierno de Dante, se disputan el poder con soberbia.
Ahí se yergue el Jaguar venezolano, señor del tercer círculo dantesco —el de la gula—, que devora con su hambre de control las esperanzas de su propio pueblo. No lejos de sus fauces, en una isla cercada por muros visibles e invisibles, acecha el Cocodrilo cubano, hundido en el sexto círculo —el de los herejes—, perpetuando doctrinas caducas que llevan décadas sofocando el aliento de su gente. Más al norte, entre ríos y lagos que un día vieron la esperanza, el Lobo nicaragüense recorre el séptimo círculo —el de los violentos—, aullando para silenciar todo disenso.
Al otro lado del planeta, el Dragón norcoreano se revuelca en el octavo círculo —el de los fraudulentos—, tejiendo un reino de propaganda absoluta que mantiene encadenada a su población en una realidad manipulada. Y mientras tanto, en las heladas llanuras del gran oriente, se mueve el Oso ruso, acechando desde el noveno círculo —el de los traidores—, abriendo brechas en territorios vecinos bajo pretextos históricos o geopolíticos.
Sin embargo, la danza de los dioses terrenales no se limita a un solo hemisferio. En las vastas tierras del Dragón chino, se oprime a minorías étnicas bajo un desarrollo económico avasallante, acallando voces disidentes tras un muro de control que no admite críticas al régimen. En el continente africano, distintos regímenes—el León y otras bestias que se alimentan del terror—han sumido a sus pueblos en la oscuridad del hambre y el genocidio, generando éxodos masivos y una herida profunda en la conciencia universal. Del mismo modo, en ciertas regiones del mundo árabe, el Halcón de turno subyuga a la población con leyes férreas y censura, blindado por petrodólares e indiferente a las consecuencias que su represión conlleva.
En el corazón de un imperio de abundancia, se alza el Águila americana, atrapada en el cuarto círculo del Infierno —el de los avaros y los derrochadores—. Este dios de pre-gobernanza anuncia su poder reclamando territorios como piezas en un tablero global: hoy menciona Panamá, mañana Groenlandia, sin medir la dignidad humana tras esas fronteras imaginarias. Tal como en la Rebelión en la Granja de Orwell, donde los cerdos se convertían en tiranos al apropiarse del trabajo ajeno, el Águila olvida que su opulencia no emana de su propia virtud, sino del esfuerzo de millones de inmigrantes que, día tras día, apuntalan su maquinaria económica.
Así, los dioses terrenales—el Jaguar, el Cocodrilo, el Lobo, el Dragón, el Oso y el Águila, sin olvidar al León y al Halcón en otras regiones—ansiosos de poder, se alinean con la lógica orwelliana de “todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”. Entretanto, en la imaginación de Dante, ya tienen sus lugares reservados en los círculos del Infierno, donde sus excesos y abusos se transforman en castigos eternos, recordándonos que quien domina por la fuerza y el engaño termina enredado en la telaraña de sus propias ambiciones.
Aun así, el dios terrenal americano insiste en proclamar su divinidad con mayor vehemencia que todos. Asume la potestad de señalar al inmigrante como amenaza, cuando es justamente la labor de estos “invasores” la que sostiene buena parte de su abundancia. Grita “Devuélvanme el canal”, olvidando que, si la justicia fuera imparcial, la mitad de su territorio pertenecería a México. Acusa a los inmigrantes de traer fentanilo, pero pasa por alto que un amplio porcentaje de armas ilegales que azotan América Latina provienen de sus propias fronteras. Esas mismas armas, tan fáciles de adquirir en su territorio, causan cada año tantas muertes como ciertos conflictos bélicos de los que, irónicamente, el Águila presume distanciarse.
En la paradoja de su agenda agresiva y cruel, el dios americano ignora la violencia armada en sus propias calles, evitando considerarla un enemigo a combatir. Prefiere buscar blancos externos y más débiles para nutrir su retórica, mientras la paja en su propio ojo —la tragedia cotidiana de víctimas por armas de asalto— no recibió en su primer mandato soluciones reales, debido a que estas fueron obstaculizadas por los intereses políticos y las donaciones de quienes financian sus campañas presidenciales.
En este rompecabezas mundial gobernado por algoritmos que segmentan poblaciones y fijan patrones de consumo, son las manos invisibles de trabajadores anónimos las que sostienen el brillo de las superpotencias. Son los modernísimos esclavos de un Purgatorio que no acaban de dejar atrás, atrapados entre la promesa de un Paraíso irreal y un Infierno económico que los devora.
En su delirio, este dios terrenal americano fantasea con suprimir la ciudadanía por nacimiento a los hijos de inmigrantes, ignorando cuántos hombres y mujeres en el poder, que el comandará, nacieron bajo esas mismas condiciones que hoy pretende mancillar.
“Escoge al meas vulnerable como tu peor enemigo y llegarás al poder”, escribí hace unos meses. Esta máxima, lamentablemente, se ha convertido en el credo de los dioses terrenales actuales, mientras olvidan que su prosperidad pende del trabajo de quienes ellos mismos desprecian.
Si la balanza de la historia pudiera medir algo más que ganancias—si capturara la deuda moral con cada inmigrante que labra la tierra o ensambla productos en las maquilas—revelaría la inequidad que estos dioses prefieren ignorar. Es hora de que un nuevo sistema emerja, uno en el que las potencias se vean obligadas, por ética y no por dádiva, a acoger cuotas universales de inmigrantes y ofrecerles trabajos dignos, salarios justos y una vida con plenos derechos.
Solo entonces podremos despedir la esclavitud moderna y dignificar las manos que forjan la prosperidad global. Solo entonces podremos aspirar a dejar atrás el Infierno de la explotación y el Purgatorio de la desigualdad, soñando con un Paraíso terrenal donde todos puedan vivir con honor.
Dante, al describir el Paraíso, imaginó un espacio de armonía donde las almas están libres de las miserias del mundo. Para llegar a una armonía similar en nuestra historia presente, los dioses terrenales deben recordar que el poder no es eterno y que servir al bien común vale más que expandir fronteras o cebar el ego. Tal vez, cuando la codicia y el ego se rindan ante la justicia y la conciencia, demos el primer paso hacia la construcción de un nuevo orden: uno capaz de ofrecernos, por fin, un verdadero lugar de paz.
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William es un escritor Colombo estadounidense que cautiva al lector con su habilidad para plasmar las experiencias únicas y las luchas universales de la humanidad. Originario del Eje Cafetero de Colombia, nació en Armenia y pasó su juventud en Bogotá, donde estudió Marketing y Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. En la década de 1980, emigró a Estados Unidos, donde se naturalizó como ciudadano estadounidense y desempeñó roles destacados como líder creativo y de imagen para proyectos de grandes corporaciones. Después de una exitosa carrera en el mundo del marketing, William decidió dedicarse por completo a su verdadera pasión: la literatura. A principios de siglo comenzó a escribir, pero fue en 2018 cuando tomó la decisión de hacer de la escritura su principal ocupación. Actualmente, reside en Coral Gables, Florida, donde encuentra inspiración para sus obras. El estilo de escritura de William se distingue por su profundidad, humanidad y autenticidad. Entre sus obras más destacadas se encuentran ‘Nos Vemos en Estocolmo’, ‘Los Mendigos de la luz de Mercurio: We the Other People’, ‘El Galpón’, ‘Flores para María Sucel’ y ‘Los Monólogos de Ludovico’.