CuentoPlatón y yo, un encuentro en la milla dos

Platón y yo, un encuentro en la milla dos

Autor: ©2024 William Castano-Bedoya

CRÓNICAS DE TRES MILLAS. 

Hoy hago tres millas, como de costumbre. Me dirijo unos metros al oeste y rápido me encamino al sur sobre Alhambra Circle. Mi objetivo es bordear la Universidad de Miami por el oeste y luego adentrarme en el campus para respirar ese olor a academia que me embarga e inspira. Salgo pensando en entablar una charla casual con alguien que circunstancialmente me ofrece algún contacto visual, o con alguien a quien abordo con algún comentario casual.

Por lo general, cuando me hago el despistado, los jóvenes me ayudan pues no pueden desatender las demandas que mi barba blanca les plantea… “Este viejo, anda perdido”, pensarán. Lo cierto es que hoy salgo dispuesto a jugar con mi imaginación y a ponderar en otras personas una relación fluida, descubriendo condiciones humanas enriquecedoras. Suelo hacerlo como un ejercicio para estimular mi creatividad; total, es parte de lo que acostumbro a hacer siendo un alocado escritor.

Camino entonces por espacio de milla y media, momento en el cual completo la mitad de mi recorrido. Es ahí donde debo adentrarme en la universidad por Stanford Drive, la avenida principal. Al pasar el Lowe Art Museum, giro a la izquierda dispuesto a bordear el Lago Osceola. Desde allí, diviso la Fuente Cobb; una espléndida fuente de agua que simboliza la gratitud de la universidad a Charles Cobb por su liderazgo y contribuciones.

Llegando al laberinto, un punto de la universidad que ya había identificado en otra caminata, me siento a buscar conversación con alguien imaginario. Mi mente crea un personaje que se acerca parsimonioso. Aunque no tengo un retrato fiable de cómo es, ya estaba predestinado a conocerlo en persona.

—Perdón señor… ¿en qué recinto se encuentra el Laberinto? —pregunto fingiendo espontaneidad.

—Estás sentado en él —me contesta burlón.

—Gracias, señor. Es usted muy amable. —contesto.

—No hay de qué. He residido en este claustro desde tiempos inmemoriales. —expresa sonriente.

—¡Vaya! Qué privilegio poder conversar con alguien tan arraigado en la historia. Soy William Castaño-Bedoya, escritor de ficción literaria.

—Encantado, William. Soy Platón, un pensador de la antigua Grecia.

—Si me permite la curiosidad, Platón, siempre he querido conocer más sobre usted. La humanidad habla de usted con reverencia, pero rara vez se menciona su nombre completo.

—Es comprensible. En la antigua Grecia, a menudo solo se usaba un nombre propio sin apellido. Mi nombre completo es simplemente Platón. Pero si desea agregar un apellido, «filósofo griego» serviría adecuadamente. Después de todo, ¿quién necesita un apellido cuando su legado es tan distintivo?

—¡Tiene razón, Platón! Su nombre ha resonado a lo largo de los siglos y sigue inspirando a generaciones enteras. Es un honor conversar con usted.

Platón se me presentó tal y como figuré creerlo, basado en algunas referencias indirectas y representaciones artísticas que me dan una idea aproximada. Un hombre de porte noble y digno, dueño de una presencia imponente y distinguida, caminando como una estatua que cobra vida en nuestra era, tal y como le sucedió a Pigmalión con su escultura. Platón, mirándome a los ojos, contestándome burlón, aportaba ese realismo que solo la imaginación me asegura.

—Querido Platón, ¿podríamos hablar unos minutos? Tengo algunas dudas sobre la humanidad y su momento —le pregunté.

—No tengo afanes, podríamos hablar una eternidad, hablemos —respondió, acomodándose en el borde de ladrillos.

—Para empezar, ¿cómo hace para lucir tan fresco habiendo nacido 427 años antes de Cristo? —pregunté.

—¿Antes de Cristo? Veo que usa el calendario gregoriano. No suelo medir mi existencia así. El monoteísmo no me convence, es manipulador de las almas —dijo displicente.

—Uso el calendario juliano, introducido por Julio César en 46 a.C.

—Lo comprendo. Solo usa un marco referencial. ¿y dónde deja la edad completa de la humanidad? —cuestionó, mirando hacia la fuente Cobb.

Guardamos silencio. Luego le pregunté:

—¿Cuántos años debería usted tener hoy? ¿En qué año estaría usted viviendo sin el calendario actual?

—Los griegos contamos los años por las Olimpiadas, cada cuatro años. El 427 a.C. sería el segundo año de la 88ª Olimpiada. También usábamos la fundación de Roma, en 753 a.C., así que 427 a.C. sería el año 326 desde la fundación de Roma.

—Veo, que usted usa un calendario propio para explicar su existencia. ¿Y si hubiese nacido en Egipto?

—Cada cual explica su existencia según su universo. Los egipcios usaban la ascensión de los faraones. En 427 a.C. era la dinastía XXVII, durante la dominación persa. Los babilonios también usaban la ascensión de los reyes. En 427 a.C., Babilonia estaba bajo el Imperio Aqueménida, durante Artajerjes I. Un calendario más universal es la cronología del Holoceno, que añade 10.000 años al calendario gregoriano. Así, 427 a.C. sería el año 9574 de la era Holocena.

—La existencia es vasta. Según la información, hoy cumplo 701 Olimpiadas, 2776 años según el calendario Romano, y 9574 años según el calendario Holoceno. Me dijo haciendo un gesto que denotaba lo absurdo de sus cálculos, entonces nos desternillamos de risa.

—En fin, ya me hago una idea acerca de lo viejo que usted es —expresé—. Pero, cuénteme… ¿cómo era su vida cuando empezó a tener conciencia?

Platón juntó las manos y suavemente se las frotó rememorando, mirando al firmamento; luego, clavó la mirada nuevamente en la fuente Cobb y comenzó a disertar:

—Nací durante el periodo final de la Guerra del Peloponeso, un conflicto devastador entre Atenas y Esparta. Experimenté tanto la gloria de la Atenas democrática de Pericles como su decadencia y derrota en la guerra, lo que influyó profundamente en mi pensamiento político y filosófico. Aunque no lo creas, fui discípulo de Sócrates y su despiadada ejecución tuvo un impacto significativo en mí. Viajé a lugares como Sicilia, donde intenté poner en práctica mis ideas políticas, aunque con poco éxito. Terminé fundando la Academia en Atenas, una de las primeras instituciones educativas en el mundo occidental, donde enseñé y escribí la mayor parte de mis obras.

—Qué maravilla, sé que eres grande. Lo que me cuentas es digno de un genio de la historia de nuestra humanidad. Me llama la atención que mencione a Sócrates, es alguien a quien en el mundo intelectual no solo se admira sino que se evoca, como a usted.

—¿Qué le puedo decir, querido William? La humanidad se ha nutrido de conflictos durante toda su existencia, hemos sido barbáricos. Atenas había pasado por un período de inestabilidad política, incluyendo la derrota en la Guerra del Peloponeso y la subsiguiente crisis social. En este contexto, las autoridades buscaban chivos expiatorios para culpar de los problemas de la ciudad, y Sócrates, con su enfoque crítico y su influencia sobre muchos jóvenes atenienses, se convirtió en un blanco conveniente. Algunos de los seguidores más notables de Sócrates, como Alcibíades y Critias, fueron figuras controvertidas y asociadas con movimientos antidemocráticos. Alcibíades fue un general ateniense que desertó a Esparta, y Critias fue uno de los líderes de los Treinta Tiranos, un régimen oligárquico impuesto en Atenas con el apoyo espartano. La asociación de Sócrates con estos personajes dañó su reputación y le hizo ganar enemigos. Eso lo hizo merecedor de su juicio y ejecución, y fue condenado a muerte por un estrecho margen de votos. Sócrates se sentenció a beber cicuta, un veneno mortal. La ejecución de Sócrates se ha visto a lo largo de la historia como un ejemplo de la lucha entre el libre pensamiento y la censura política. Su muerte consolidó su estatus como uno de los más grandes filósofos de todos los tiempos y un mártir por la verdad y la justicia. Mi admiración por él me llevó a crear “Los Diálogos” y me convertí en su discípulo más famoso, esos “Diálogos” han sido cruciales para la transmisión de sus ideas y su defensa en el juicio.

—Uff, que vida tan larga ha vivido amigo Platón. Confieso que he leído una de tus creaciones, Los Diálogos, tanto los Diálogos Tempranos como los Medios y los Tardíos. Son un gran postulado —expresé con asombro—. ¿Cuál de sus diálogos cree que puede estar causando más impacto en la sociedad actual?

—Querido William, pienso que todos tienen impacto, pero “La República” es muy influyente, especialmente en los ámbitos de la política y la filosofía. En él, exploro conceptos de justicia, la naturaleza del alma y la organización ideal de la sociedad, proponiendo una visión de un Estado gobernado por filósofos-reyes. Este diálogo aborda problemas universales que aún son relevantes en la sociedad moderna, como la naturaleza del poder, la educación y la justicia. Sin embargo, cada lector puede encontrar resonancia en diferentes diálogos dependiendo de sus intereses y preocupaciones.

—Interesante. Cada palabra que dice me lleva a pensar y repensar la vida. Platón, ¿qué opina de los tiempos actuales, de las ciencias y de la tecnología?

—La ciencia y la tecnología han avanzado de maneras que ni siquiera podría haber imaginado. El progreso material y tecnológico ha traído consigo beneficios inmensos, pero también desafíos éticos y filosóficos. Creo que, aunque hemos avanzado en conocimiento y capacidad técnica, los dilemas morales y la búsqueda del bien común siguen siendo tan pertinentes como en mi época. El equilibrio entre el desarrollo tecnológico y el bienestar humano es una cuestión crucial que debe abordarse con sabiduría y reflexión filosófica.

—Lo que dice es muy cierto. Hoy día, con toda la tecnología y el conocimiento acumulado, seguimos enfrentando problemas éticos y morales. La filosofía sigue siendo una guía necesaria para navegar estos tiempos complejos.

—Exactamente, William. La filosofía no pierde su relevancia porque trata sobre las cuestiones fundamentales de la existencia humana. Independientemente de los avances tecnológicos, la reflexión filosófica nos ayuda a comprender nuestro lugar en el mundo y a tomar decisiones que promuevan el bienestar de la humanidad en su conjunto.

—Gracias, Platón, por esta conversación tan enriquecedora. Me has dado mucho en qué pensar durante el resto de mi caminata.

—De nada, William. el tiempo es relativo, ya lo verás cuando encuentres a Einstein en alguna de tus caminatas. Ha sido un placer conversar contigo. Sigue explorando y reflexionando, porque es a través de la búsqueda del conocimiento y la sabiduría que encontramos nuestro verdadero propósito.

Me despido de Platón con una reverencia, reconociendo la magnitud de su influencia en mi pensamiento y en la historia de la filosofía. Mientras me alejo del Laberinto, me doy cuenta de que cada paso que doy no solo es un ejercicio físico, sino también una búsqueda continua de conocimiento y sabiduría.

William es un escritor Colombo estadounidense que cautiva al lector con su habilidad para plasmar las experiencias únicas y las luchas universales de la humanidad. Originario del Eje Cafetero de Colombia, nació en Armenia y pasó su juventud en Bogotá, donde estudió Marketing y Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. En la década de 1980, emigró a Estados Unidos, donde se naturalizó como ciudadano estadounidense y desempeñó roles destacados como líder creativo y de imagen para proyectos de grandes corporaciones. Después de una exitosa carrera en el mundo del marketing, William decidió dedicarse por completo a su verdadera pasión: la literatura. A principios de siglo comenzó a escribir, pero fue en 2018 cuando tomó la decisión de hacer de la escritura su principal ocupación. Actualmente, reside en Coral Gables, Florida, donde encuentra inspiración para sus obras. El estilo de escritura de William se distingue por su profundidad, humanidad y autenticidad. Entre sus obras más destacadas se encuentran ‘Nos Vemos en Estocolmo’, ‘Los Mendigos de la luz de Mercurio: We the Other People’, ‘El Galpón’, ‘Flores para María Sucel’ y ‘Los Monólogos de Ludovico’.

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