LecturasLa asombrosa fuerza semiótica de «El perfume» de Süskind

La asombrosa fuerza semiótica de «El perfume» de Süskind

Autor: William Castaño-Bedoya ©2015

Hace unos años ya, por allá por el 2015, por cosas de ese destino que a veces uno anda tejiendo, mis ojos tropezaron con la figura de una doncella del siglo XVIII que dormía con el torso expuesto sin ropas, posando inerme, como la maja de Goya que, cansada de su permanecer sempiterno, decidió dormir desobedeciendo la voluntad a la que el artista la condenó desde su misma creación. Aquella doncella duerme aún sin percatarse de que la miro con desdén sabiéndola virgen y asediada por imperceptibles sombras que se deslizan por las murallas del vecindario. Ahí está la doncella, continúa dormida ausente, enalteciendo la portada de un libro que no resistí dejar a la merced de otros, y que tomé con afán, antes de que a alguien se le antojara echarle mano y hacerlo suyo.

Lo asombroso es que Süskind es un autor contemporáneo que aún existe entre nosotros, más joven que el mismo García Márquez a quien, por seguro, hubo de haber leído. Süskind ha logrado demostrar con su trabajo, un total dominio de las atmósferas del pasado con tanta eficacia que, no puedo dejar de pensar que al mismo Víctor Hugo le hubiese gustado leer la novela y, porque no, comentar haciendo algunos paralelos con la Francia de Los miserables que en algún momento abordó también en hombros de otro personaje solitario, como lo es el también llamado Jean cuyo apellido es Valjean, por allá en el Siglo XIX sobre un escenario similar.

El perfume del escritor alemán Patrick Süskind, (Seix Barral/Biblioteca Breve, 1985), traducida por Pilar Giralt Gorina, ostenta, desde su comienzo, una historia genial que incuba en nuestro consciente la esencia de la Francia del Siglo XVIII, y lo logra a través de la descripción de los hedores y olores de todo cuanto vivo o inerme evoca en sus líneas. Es tan acertado el poder de convencimiento de su historia, absolutamente apegada a la ficción, que logra desde el primer momento una gran verosimilitud. Me atrevería a asegurar, sin pretender ser augur ni cosa por el estilo, que otros lectores de El perfume han coincidido conmigo en cuanto a que, inmerso en los capítulos, hemos visualizado a Patrick Süskind escribiendo su obra en esa época y no en los ochentas del Siglo XX como lo hizo.

La portada a la que me refiero pertenece a una obra que lleva estampado su título en letras blancas con la intensión de demostrar su carácter semiótico: en letras ausentes de color, que parodian la historia de su personaje principal, personificado por el escritor como Jean Baptiste Grenouille, un ser fascinante de mente oscura que regenta, como leitmotiv, una asombrosa ausencia de olor.

Lo asombroso es que Süskind es un autor contemporáneo que aún existe entre nosotros, más joven que el mismo García Márquez a quien, por seguro, hubo de haber leído. Süskind ha logrado demostrar con su trabajo, un total dominio de las atmósferas del pasado con tanta eficacia que, no puedo dejar de pensar que al mismo Víctor Hugo le hubiese gustado leer la novela y, porque no, comentar haciendo algunos paralelos con la Francia de Los miserables que en algún momento abordó también en hombros de otro personaje solitario, como lo es el también llamado Jean cuyo apellido es Valjean, por allá en el Siglo XIX sobre un escenario similar.

La falta de malicia del asesino toma preponderancia en la novela, en la medida en la que resta por completo de valor a la muerte y sus incertidumbres, supeditadas a su afán por conseguir olores cada vez más indispensables. La virginidad se hace presente en la novela como ingrediente único que asegura la consumación del poder y efecto embriagante que seduce al asesino. La virginidad, sin embargo, no significa para Jean Baptiste Grenouille ni siquiera un poco de sexualidad o erotismo pues prevalece como un medio que conduce al personaje a la sublimación de su anhelos por encontrar su propio olor.

Todo cuanto acontece en la novela tiene una asombrosa fuerza semiótica respaldada por el poder de las imágenes que recrea a través del impacto del olor en el personaje central.

William es considerado como un escritor profundo y vivencial que representa la singularidad de lo humano. En Flores para María Sucel, deja al descubierto “los exilios del ser”, y en Los monólogos de Ludovico, el impacto de la frustración y la impotencia como factores que conforman el absurdo.

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