
LA RESISTENCIA AL CAMBIO YA NO RESISTE MÁS
© 2021 · Autor: William Castaño-Bedoya
Siendo un mecanismo de defensa que se promueve a través del miedo, la resistencia al cambio llega a gobernar la mente hasta colmarla de ansiedad. La misma, irónicamente, ayuda a que la conciencia tenga el tiempo necesario para discernir y dar paso a las zonas de seguridad y de confort mental. Para el hombre, el miedo más grande sigue siendo a la muerte y a las connotaciones que la pueden preceder, como el dolor o el sufrimiento.
La muerte es un castigo para el cuerpo cuando ya no puede hacer más el milagro de existir; por tal razón, como temor extremo, nos resistimos a cambiar la vida por la muerte. El miedo, según Sócrates, es la idea de un mal evidente, que no es otra cosa que el temor. En eso coinciden filósofos y pensadores.
La simbiosis entre la resistencia al cambio y el miedo, como su acelerador, es generada en nuestro cerebro, no como un acto de pensamiento, sino como un instinto de conservación. Sin embargo, pareciera que la muerte, en nuestros días, es una palabra menos asociada al temor al cambio extremo. Ante la consciencia colectiva de la humanidad, la muerte ya no produce miedos y se asume como un componente de la casuística. El valor de la vida parece nutrirse de la ostentación del logro y del orgullo, más que de la dignidad de la existencia. Antes de la aparición del internet y del desaforo de la tecnología, los cambios no agredían a los humanos con tanta fuerza y, como consecuencia, el instinto de conservación poco estaba llamado a demostrar su valentía. Hoy por hoy, los cambios se presentan con una velocidad tan acelerada que nuestra resistencia intuitiva ha quedado relegada y se ha transformado en aceptación circunstancial. Ahora, no logramos determinar si un cambio que nos sobrepasa, sin haber sido auditado en nuestra conciencia, es bueno o malo.
La tendencia es que nuestra humanidad está asumiendo a priori que todo aquello que se sofistica es una novedad. Los cambios están llegando de forma inconsulta y paradójica. Cambios y mutaciones tóxicas están pasando sin ser expuestas a ese acto de resistencia. Resulta inconsulto, por ejemplo, que un arma nuclear se sofistique para que tenga aún más alcance letal en nombre de la evolución. La destrucción de la humanidad no debe estar puesta en manos del hombre, pues no le asiste derecho para generar cambios que redunden en una inmolación generalizada. Con esa gran evolución que lejos de tenernos orgullosos puede aterrarnos, el hombre quiere controlar la humanidad de una manera sobrenatural. Pues lo natural tiene que ver con lo que la tierra hace para generar sus propios cambios por medio de sus propios terremotos, sus ajustes a su atmosfera con huracanes, tifones y tornados, o sus niveles de pesos y contrapesos con deshielos e inundaciones. Los cambios, que ejecuta el hombre, deben proteger la vida de los seres vivos, ante los cambios naturales.
Lo cierto es que las trasformaciones se nos están presentando cuando ya no podemos resistirnos a las mismas, las adoptamos según sea su naturaleza. La impresión, que ahora experiméntanos, no está definida por el instinto de conservación, sino por la capacidad de asombro en medio de la velocidad de los acontecimientos que se pueden catalogar como cambios. Nos vemos gravitando en realidades que llegan por sorpresa y cambian justo en el momento que los estamos asumiendo. Las transformaciones de ahora son absolutamente mutantes, casi que debemos ir tras de ellas para tratar de comprenderlas, sin embargo, ellas corren a una velocidad más empoderada que la que imprimimos en nuestra imaginación.
Los humanos estamos demostrando que la autosatisfacción y el culto nos tiene enajenados y muy separados del respeto a la figura del temor al cambio. Nuestras vidas están puestas en manos de los algoritmos que predicen todo cuanto podamos hacer y que encorralan las conciencias en pastizales verdes sin ninguna clase de nutrientes. La inteligencia artificial llegó inconsulta y se posesionó como simple entretenimiento. La resistencia al cambio no ha tenido lugar en el desarrollo de esta, razón por la cual surge de la nada y transita por nuestras vidas como una nueva era de colonialismo que construye guetos de voluntades en ese espectro arrogante de “Tómalo o déjalo”. Hoy, los cambios tienen connotaciones muy alejadas de nuestros instintos de conservación, de nuestro concepto de temor a la muerte y todas sus connotaciones.
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William Castaño
William es considerado como un escritor profundo y vivencial que representa la singularidad de lo humano. En Flores para María Sucel, deja al descubierto “los exilios del ser”, y en Los monólogos de Ludovico, el impacto de la frustración y la impotencia como factores que conforman el absurdo.